Comentario
El problema de Hitler al finalizar la primavera de 1944 era que tenía demasiados problemas de muy difícil solución. Dificultad añadida resultaba un sistema dictatorial y su soberbia. Cuando más precisaba un caza que le diera la superioridad aérea para impedir los masivos y demoledores bombardeos aliados sobre Alemania, le proporcionaron sus técnicos el primer caza a reacción del mundo, el Me-262. Pero entonces se le ocurrió que aquel aparato no le interesaba, que lo imprescindible en el momento era un bombardero que hiciera pagar a Gran Bretaña sus bombardeos sobre el Reich.
Es sólo un ejemplo -aunque militarmente grave, porque el Me-262 sufrió notables retrasos en su salida de fábrica e importantes desfases en las entregas, ya que el Führer impuso su voluntad de convertirlo en bombardero ligero- de que Hitler se movía ya más por impulsos emocionales, que por un severo análisis de la situación...
En efecto, cuando más precisaban sus ejércitos el impulso en la fabricación de blindados, ésta se retrasaba porque Hitler decidía incrementar la producción de cañones antiaéreos, pues creía que estos intimidaban más a los angloamericanos que sus aviones.
Y decisiones similares se adoptaban en el plano político y en el militar. Como se ha visto, Berlín tenía en su poder informaciones decisivas sobre el desembarco aliado. Hubiera podido concentrar en el punto clave medio centenar de submarinos, un millar de tanques, dos millares de aviones... pero Hitler creía que era sólo un amago. Se impuso la intuición a la información. Igual, exactamente igual, ocurrirá dos semanas después del desembarco de Normandía en el frente del Este y con consecuencias mucho más graves para Alemania, aunque por tratarse de zonas lejanas para los grandes públicos occidentales, pasase casi desapercibido en la prensa y luego no fuera tan tratado por la literatura de la II Guerra Mundial como la llegada de los aliados a Francia.
Tras el terrible invierno de 1943-44 y la no menos espantosa primavera, Berlín había recibido un respiro por parte del Ejército soviético, que ocupó la segunda quincena de mayo y primera semana de junio en concentrarse, reorganizarse, disponer sus próximas campañas, rearmar a sus unidades más gastadas.
Cuando Hitler volvía a hablar sobre el evidente agotamiento soviético y su falta de reservas para continuar la lucha, demostrados por aquella pausa en su ofensiva, cuando más debilitados estaban los alemanes, la verdad era que nunca antes había tenido Stalin medios tan poderosos y que se disponía a usarlos de la manera más conveniente a sus intereses.
Efectivamente, a comienzos de junio de 1944 Moscú tenía sobre las armas a cerca de diez millones de hombres, organizados en 500 divisiones de infantería, 40 de artillería, 300 brigadas motorizadas, mecanizadas o blindadas (1) y una aviación que podía poner en el aire 16.000 aparatos.
Enfrente, Berlín oponía 181 divisiones (2)con un total aproximado de 2.400.000 hombres (3), medios blindados inferiores en proporción de 1 a 2 y aéreos en desventaja de 1 a 4 (4).
La comparación de tales cifras da clara idea de la dificilísima situación alemana en ese frente, pues si contaban con la ventaja de tener posiciones defensivas, fuertes en algunos puntos, no es menos cierto que los soviéticos disponían de la iniciativa y, por tanto, de capacidad para golpear donde y cuando quisieran con la superioridad de fuerzas que desearan.